La posición filosófica coherente con la emoción es la posición trágica. El hombre trágico se caracteriza por juzgar la realidad desde la perspectiva de la vida –su vida–. En otras palabras: se caracteriza porque mide todo juicio o consideración sobre la realidad por su rasero estético; y, desde el punto de vista estético, la cosmo‑visión más valiosa –más hermosa– es aquélla que interpreta al hombre, un tanto narcisistamente, como un ente grandioso en su pequeñez: “Estoy destinado a la perdición –clama el personaje trágico–; pero no por ello voy a dejar de luchar: como el boxeador que jamás tira la toalla, como el toro de lidia que arremete mientras vive, así soy yo. Mi dramático empeño en vencer la Conjura En Mi Contra De Los Elementos Del Universo –conjura que se manifiesta, en su primera fase, en una especie de susurro concertado de todos esos malditos elementos que me anuncia: “No te vamos a permitir que realices tu Deseo de deseos: ¡Jamás llegarás a ser Dios!”– me eleva a la condición de Héroe, esto es, me otorga el derecho de proclamar mi superioridad moral sobre todo lo demás, de confirmar mi diferencia cualitativa con el resto de lo viviente.”
Si, preñado de este sentimiento trágico, uno se fuma un porro, o se dedica a cualquier otra actividad que lo faculte para reírse de sí mismo, se conjuga ironía con tragedia, razón con emoción; y aparece así la posibilidad de alumbrar el sentido tragicómico de la vida (sentido sin duda el más adecuado, si no para la vida en general, sí al menos para la vida humana en particular): El “baile sobre todas las cosas” que preconizaba Zaratustra el tentador: la carcajada que brota de enjugar el llanto.
Nota
Cuando escribía este ensayo, yo era más joven, y la vida aún no me había castigado como lo ha hecho más tarde (jugaba con fuego, y aún no me había quemado); por eso suscribía ciertas máximas de Zaratustra. Pero Zaratustra era débil en su aparente fortaleza; o más precisamente: su fortaleza lo hizo débil, hasta el punto de enloquecerlo.
Sabido es que un hombre vulnerable que sabe que lo es está mejor protegido que otro que, siéndolo, no lo sabe o prefiere ignorarlo. Zaratustra era débil porque se negaba a aceptar sus limitaciones; paradójicamente, esto lo limitaba, encadenándolo a la pesada carga de una encubierta exigencia de autodivinización, merced a la cual acabó por tomarse en serio a sí mismo.
Hay que tener la entereza y, también, la humildad de aceptar las propias limitaciones, obrando la dolorosa transmutación, alcanzado cierto punto extremo, de la voluntad de poder en voluntad de no poder (ya más). Aunque a ciertos ojos dar este paso parezca una cobardía, en realidad es justamente lo contrario: una acción que entraña valentía y sinceridad, a las cuales debe añadirse la constancia, pues, dado el paso, adviene la travesía del desierto; pero, a medida que se avanza por ésta, uno comprueba aliviado la liberación de una carga muy pesada (la carga más pesada). Así que, en definitiva, no: de ningún modo se puede bailar “sobre todas las cosas” (no al menos más de unos instantes); no, por ejemplo, sobre las brasas: porque las brasas queman y nuestros sesos se derriten con facilidad.
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