Con prólogo, glosas y redacción de Ignacio María Iglesias Labat
PRÓLOGO
[EN QUE SE JUSTIFICA EL TÍTULO DEL ENSAYO, SE EXPLICA
SU INTENCIÓN Y SU FORMA, Y SE INICIA LA EXPOSICIÓN
DE LA FILOSOFÍA UNAMUNIANA]
Este título, y lo que inequívocamente anuncia respecto de la forma y el contenido del presente ensayo, parecen doblemente pretenciosos. Por una parte, el trabajo se presenta como una carta firmada por quien, según las apariencias, no parece ser sino un personaje del propio Unamuno, y no precisamente un personaje cualquiera, sino el protagonista de su nivola más conocida; por otra parte, el título alternativo parafrasea, asimismo, un curioso ensayo novelístico, o novela ensayística, de Unamuno, de carácter autobiográfico y confesional, obsesivamente autorreflexivo, intensamente dramático.
Le debo esta seria objeción, la de la doble pretenciosidad, a mi atento y estimado colega Simón Royo, cuyas juiciosas apreciaciones y sano sentido común no dudo sean compartidos por una mayoría de filósofos y pensadores dignos de tales calificativos. Me veo, pues, en la obligación de rebatir las dos posibles acusaciones de desmedida pretenciosidad.
Empezaré refutando la última, para, a partir de ella, concluir que tampoco la primera está justificada; o concluir, al menos, que, si ambas acusaciones tienen razón de ser, es decir, si ambas partes del título son pretenciosas, resultan las suyas en todo caso unas pretensiones justificadas.
La última parte del título, o Cómo se hace un ensayo de Unamuno, no pretende prescribir cómo debería elaborarse todo ensayo acerca de Unamuno, del mismo modo que el ensayo cuyo título parafrasea no se propone dictaminar cómo debe hacerse toda novela, sino tan sólo esa singular novela autobiográfica cuya forma y meollo consisten en el relato de cómo se va haciendo.
Ocurre, pues, que este ensayo sólo puede escribirse, por su aliento e intenciones, en la forma en que ha sido escrito: como una carta personal, dirigida a Unamuno por su criatura más desgraciada, aquella a la que precisamente él dictaminó y le anunció la hora de su muerte. Este recurso literario permite escribir el ensayo de cómo hacer este ensayo con la pasión contradictoria que exponer la obra de Unamuno requiere en este caso, y quizá en todo caso, pues tomarse en serio las proposiciones de Unamuno supone explicarlas contestando a ellas a la vez, desde una posición apasionada a la par que rebelde y crítica. [1]
Y es que, realmente, no le veo demasiado sentido a empeñarse en llevar a cabo una exposición ordenada y sistemática –fría y racional– de sus ideas: “No le gustaría que en un estudio consagrado a él se hiciera el esfuerzo de analizar sus ideas. De los dos capítulos de que se compone habitualmente este género de ensayos –el Hombre y sus ideas– no logra concebir más que el primero. La ideocracia es la más terrible de las dictaduras que ha tratado de derribar. Vale más en un estudio del hombre conceder un capítulo a sus palabras que no a sus ideas.” [2] A lo que replica Unamuno: “Dice luego Cassou que yo no tengo ideas, pero lo que creo que quiere decir es que las ideas no me tienen a mí.” [3]
Y es que Unamuno siempre renegó, y aún abominó, de las ideas rígidas, enquistadas en la conciencia en forma de sistemas; y esgrimió su derecho a usar ideas, gastarlas y cambiarlas por otras, así como su prerrogativa, y aún obligación moral, de contradecirse. [4] Porque “la incertidumbre, la duda, el perpetuo combate con el misterio de nuestro final destino, la desesperación mental y la falta de sólido y estable fundamento dogmático, pueden ser base de moral”; y lo son, de hecho, en el caso de Unamuno: “Es la contradicción íntima precisamente lo que unifica mi vida, le da razón práctica de ser. O más bien es el conflicto mismo, es la misma apasionada incertidumbre lo que unifica mi acción y me hace vivir y obrar”. [5]
[1] El propio Unamuno nos dice a sus lectores: “os encargo que no se funde escuela o teoría sobre mí”, tal como hiciera Walt Whitman, el “enorme poeta yanqui”. (Cfr. Del sentimiento trágico de la vida, “En el fondo del abismo”.)
[2] Jean Cassou, “Retrato de Unamuno”, incluido en el ensayo de Unamuno Cómo se hace una novela, traducido al español por el propio Unamuno.
[3] “Comentario” al retrato que Cassou hace de él en la ob. cit. en nota anterior.
[4] “De las tiranías todas la más odiosa me es, amigo Maeztu, la de las ideas¸no hay cracia que aborrezca más que la ideocracia, que trae consigo, cual obligada secuela, la ideofobia, la persecdución, en nombre de unas ideas, de otras tan ideas, es decir, tan respetables o tan irrespetables como aquellas. Aborrezco toda etiqueta; pero si alguna habría de ser más llevadera es la de ideoclastas, rompe-ideas. ¿Qué como quiero romperlas? Como las botas: haciéndolas mías y usándolas.” Ahora bien: “Necesario, o más bien inevitable, es tener ideas, sí, como ojos y manosmas para conseguirlo jay que no ser tenido de ellas: No es rico el poseído por el dineo, sino quien lo posee.”
[5] Cfr. Del sentimiento trágico de la vida –STV en adelante–, “El problema práctico”.
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