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Claves para la segunda vuelta

  • La tensión entre la reflexión y la acción –preparación mediante–.
  • La simpática langosta que se coló en la oficina y el misterio de la vida: libertad y muerte.

No se trataba del crustáceo, sino del insecto.

Hará una decena de años, me encontraba solo en mi estudio trabajando a contrarreloj en sesión maratoniana. Era verano y tenía la ventana abierta. Lucía el sol.

De pronto, un bicho negro entró volando por la ventana. Al ser bastante voluminoso, y yo más bien aprensivo, me sobresalté. El bicho revoloteaba a intervalos por la estancia, y a intervalos desaparecía.

Tras inspeccionar la situación, logré localizarlo, posado en algún rincón: se trataba de una langosta negra. Me extrañó considerablemente su presencia, pues estos insectos no son comunes en la ciudad, y además mi estudio de aquella época estaba en un séptimo piso, sito en la calle Capitán Haya.

Al principio me inquietaba, e incomodaba, su presencia y su revoloteo. Pero llevaba mucho tiempo trabajando a destajo y me sentía muy solo, de manera que, paulatinamente, no sólo me acostumbré a ella, sino que incluso le cogí cariño: la sentía como una inesperada compañera en mis horas de fatiga y soledad.

Dijérase que a ella le ocurrió algo parecido conmigo, pues tras sus revoloteos, cada vez se posaba más cerca de mí, y prolongaba más su quietud: fue posándose en la mesa, sobre el ordenador, luego sobre mí…

Me embriagó un intenso sentimiento de comunión con ella, supongo que potenciado por las prolongadas horas de insomnio… Nos mirábamos con ternura (al menos por mi parte).

Tras varias horas, al fin concluí mi trabajo. Comencé a cerrar el chiringuito y, como de costumbre, fui a cerrar la ventana. Pero entonces pensé en la langosta, que, posada cerca de mí, me miraba con sus negros ojos saltones.

Sabía que, tras tres días sin dormir y terminada la faena, pasaría al menos dos días sin retornar al estudio… Consideré que dejarla dentro suponía condenarla a la muerte. De manera que acerqué mi mano a ella, tendiéndole la palma, y le dije: «Ven, sube».

La langosta se posó en la palma de mi mano. Saqué ésta por la ventana, y le dije: «Eres libre. ¡Vuela, amiga mía!».

Se echó a volar, cruzando raudamente la ancha calle, acompañada por mi mirada.

Entonces, cuando surcaba el aire a eso de una veintena de metros de la ventana, un veloz gorrión con el pico abierto se abatió implacable sobre ella, cazándola y engulléndola al vuelo.

Me quedé turbado.

Por una parte, porque el gorrión siempre ha sido mi pájaro preferido, mientras que hasta ese día las langostas me parecían bichos repugnantes y dañinos, por aquello de las temibles plagas de langosta. Pero aquí la situación se había invertido: la langosta se había convertido en mi entrañable amiga, mientras que ese gorrión se había manifestado como un feroz depredador.

Por otra parte, por mi sentimiento de culpabilidad: pretendiendo salvar a mi langosta, le había causado la muerte.

Ello me condujo a la siguiente reflexión (acertada o no): otorgarle libertad a alguien, implica exponerle a la muerte.

Esto incluye otorgársela a uno mismo. Quizá especialmente a uno mismo.

  • Perderle el miedo al miedo.
  • La soledad y la compañía. La soledad es dura: fatigosa. Desde el punto de vista práctico: todo más complicado. Desde el punto de vista vital –y existencial–: más fácil que se le escape a uno el sentido de la vida, al no tener con quien compartirla.
  • La soledad II: el viajero solitario sólo se siente “en casa” cuando está de viaje. Explicar, matizar.
  • Metáfora de las escaleras mecánicas (precisar, ampliar, matizar: redondear)
  • Verdades y mentiras
  • Amores varios: la amistad
  • Amores varios: la familia
  • Amores varios: la pareja
  • Amores varios: los amores imposibles
  • El trabajo: la profesionalidad, la dignidad
  • Los lemas o mantras: Fe, esperanza, caridad; paz, alegría, bondad; libertad, humildad, dignidad; paciencia, prudencia, templanza; valor; AMOR y –si fuere posible–, un poquito de felicidad; pero sólo por añadidura [EXPLICAR]
  • Sobre los consejos ajenos > Cuidadín! > A menudo complican las cosas y promueven la toma de decisiones incorrectas. DIFERENCIAR entre la petición de consejo ante la ignorancia o la duda (muy adecuada) y la recepción de consejos no pedidos, ante situaciones sobre las que ya se ha reflexionado lo suficiente.
  • Sobre la excesiva cortesía –problemas que acarrea–; en relación con ella, la excesiva bondad: exposición a peligros innecesarios
  • Buenas y malas acciones; buenas y malas personas. Sobre los juicios morales
  • Liberarse de la exigencia de “ser bueno”, “ser sabio”, etc. Errores, desvíos y peligros a los que encamina esta autoexigencia. Como opción personal: en lugar de “bondad”, “profesionalidad”: Requisitos, condiciones, compromisos y características de un profesional.
  • “No es para tanto”. Y también: “Con dos cojones y p’alante”.
  • Las cosas siempre se estropean. Todas
  • El tiempo I. Control del ánimo y el comportamiento en el tiempo
  • El tiempo II. El tiempo ajeno y el tiempo propio: relaciones, (des)equilibrio
  • Deber, querer, desear. Similitudes y diferencias. Tensiones y contradicciones.
  • Presión social: lo que los demás piensan de uno.
  • Presión social: los inadaptados y los adaptados.
  • Disfruta el momento. Carpe diem. La reflexión ahoga el disfrute.
  • Estructuras de poder I. La pirámide invertida: el jefe no debe estar arriba, sino abajo.
  • Estructuras de poder II: relaciones sociales. Aprecios, desprecios, menosprecios y supravaloraciones. Categorías y roles. Posicionamientos en grupos humanos. Desmarques.
  • Las puertas son como las mujeres: hay que tratarlas con cariño y suavidad para que se abran.
  • Egoísmo y egocentrismo. Puntos en común. Diferencias. Valoraciones.
  • Egolatría
  • La importancia de vencer inercias como motor del cambio vital. Madre con los idiomas de ejemplo.
  • Lo importante no es ser invulnerable (la invulnerabilidad, aparte de una quimera, tampoco es deseable); lo importante es soportar las heridas y aprender a curarlas.
  • “No tener dónde caerse muerto”: expresión mal hecha; lo que uno necesita es tener dónde “caerse vivo”. Para caerse muerto siempre hay sitio; si –en el peor de los casos– no tienes dónde caerte muerto… pues no te mueres y listo –lo cual sería, por otra parte, una desgracia de cierta magnitud; más precisamente: de magnitud proporcional al tiempo en que, habiendo llegado tu hora, tardases en encontrar dónde “caerte”.
  • Expresiones invertidas: usos sibilinos del lenguaje.
  • Oh maravilla: por favor, dejad que los niños se acerquen a mí.

Oh, maravilla entre las maravillas! Hubo un tipo, a quien considero uno de mis maestros –el maestro entre mis maestros, mi capitán para ser más exacto–, que dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Siguiendo en esto a mi maestro, pero más cortés que él –y quede claro que mi cortesía en este caso no es una virtud, sino un defecto: el exceso de cortesía, como casi todos los excesos, es defectuoso (puede revelar debilidad: defecto de seguridad en uno mismo, o cosas peores; por ejemplo: carencia de buenas intenciones)–, yo también proclamo: “Por favor, dejad que los niños se acerquen a mí”.

Sin embargo, más mundanal que mi maestro (pese a ser muy trascendente), proclamo asimismo: “Oh, por favor, dejad que también las niñas se acerquen a mí”.

Pero ellas, con la instintiva sabiduría que les otorga la Mater Natura –y que sin duda tiene que ver con su potencial condición de madres– suelen mantener conmigo una distancia cuando menos prudencial… –Y que, dicho sea de paso anecdóticamente, quizá tenga que ver con el hecho de que bajo ningún concepto pretendo hacerlas madres (de unos hijos que, si dios no dispone expresamente lo contrario, bajo ningún concepto voy a tener…).

  • Sobre la locura I.

Cuando un tipo está loco, lo que se dice verdaderamente loco, jamás va a recuperarse de su locura. Ésta es inherente a su esencia: le es indispensable para preservar su identidad, –su destino vital.

Otra cosa es que consiga disimularla o –mejor dicho– sobrellevarla de manera digna y positiva.

Para cumplir este objetivo, otras personas pueden ayudar al loco… Pero no nos engañemos: el principal mérito –o demérito– va a ser siempre del loco en cuestión.

  • Sobre la locura II. La sancta locura.
  • Sobre la locura III. “Locos del mundo, uníos”.

 

 


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