Llegará el momento y su lugar para la realización de cada sueño. Mas no todos se realizarán.
Unos porque no y otros porque no pueden realizarse. Estos últimos son los sueños de absoluto. Sueños que sólo pueden realizarse si el soñador es Dios, ens omnipotens.
En los sueños o ensoñaciones irrealizables la impotencia se hace consciente de sí misma y adviene el llanto: dolor y desconsuelo por este desgarramiento entre imaginación y realidad que deja entrever el fondo trágico de la existencia… latido trémulo, pálpito muriente, silencioso centro de gravedad de la vida –o más bien, del viviente que la vive.
No soy Dios, y por eso lo imposible no ocurre –no puede ocurrir.
Me da rabia y lloro. Después tallo mis lágrimas y las engarzo en espejismos que le ofrezcan un triste consuelo estético a la impotencia. El orgullo del vencido, la sangre purificadora de la herida en drama, la sabia tos de la vejez: contando historias al abrazo de la lumbre.
Espejos. La representación de la representación de la representación. El fabulador que fabula es él mismo fabulado y personaje de fábula. Todo espejos.
Contando cuentos, el cuentacuentos se olvida provisionalmente del abismo y llega por instantes pasajeros a la ausencia del vértigo: plenitud preñada de eternidad, bocanada de aliento divino.
La única forma de escurrir el bulto ante el abismo es contar historias, es decir, remedar –y a menudo remediar– al Creador de una forma u otra, en uno u otro lenguaje –porque renegamos de nuestra condición de creaturas, entidades finitas, limitadas y relativas, pero atravesadas por una fisura de absoluto: a fin de cuentas siempre la impotencia.
Si yo fuera Dios, si lo imposible ocurriese, si la realidad no tuviese límites para mis sueños…
Sin embargo, ¿podría entonces controlar mis sueños? ¿Acaso los controlo ahora?
¿Se puede respirar fuera de el aquí y ahora?
Cada vez estoy más convencido: el secreto de la sabiduría humana (no divina) se cifra en aceptar con alegría que no somos Dios: el hecho de no ser Dios, la alegría de vivir, el gozo de la impotencia.
La impotencia bien asumida deviene potencia, –facultad de superación.
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