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La segunda vuelta · Prólogo

A Pilar Blanco, por ayudar a tantos a emprender su segunda vuelta.

 A mis padres, por sobrellevar con tanta entereza sus vueltas y las de sus hijos.

 A Samuel Neris, porque en cierta ocasión

le pedí a mi jefe una buena travesía,

y mi jefe me escuchó.

 

 

 

Prólogo

 

 

 

Una noche, recientemente, me encontraba solo, bebiendo una cerveza en un garito de copas, e incumpliendo así cierto compromiso conmigo mismo… Reflexionaba sobre el absurdo de mi vida; más concretamente, sobre lo absurdo de tantas acciones innumerablemente repetidas, tantos errores cometidos una y otra vez –y siempre vueltos a cometer, de nuevo, en circunstancias muy parecidas; –y con finales similarmente patéticos, sórdidos, absurdos a fin de cuentas…

El fracaso, a horcajadas sobre la debilidad humana –mi debilidad–, como constante vital.

Pero esa noche, en ese momento, sentí de pronto que ya no iba a ser así; que ya no debía seguir siendo así…

Porque esa noche, en ese momento, comprendí de súbito que, independientemente de mis esfuerzos más o menos aislados o congruentes por mejorar mi vida, independientemente de mi voluntad o mi falta de ella, de mis aciertos y mis errores, de mis éxitos y mis fracasos, había un motivo de fondo –un motor, podría decir, utilizando la misma raíz léxica y ajustando un poco más el significado– que explicaba –y, en cierto sentido, incluso justificaba– que mis esfuerzos me condujeran una y otra vez al error, al fracaso, al absurdo.

Y es que, hasta entonces, yo aún no había concluido mi primera vuelta: no sabía de dónde venía ni adónde iba.

Pero ahora –esa noche, en ese momento– comprendía asimismo, en un mismo único acto de comprensión, que –sin saber exactamente dónde, ni cómo, ni cuándo– yo ya había concluido esa primera vuelta, y me encontraba en el comienzo de la segunda

Supe entonces que, a partir de ese momento, iba a repetir de nuevo todas esas acciones, a volver de nuevo a los mismos lugares, a vivir las mismas situaciones… Pero, ahora, todo iba a ser –o debería ser, al menos– diferente. Porque yo ya estaba emprendiendo la segunda vuelta: ahora sabía –o debería saber, al menos– de dónde vengo, y adónde voy.

Porque estoy repitiendo el mismo camino, el camino que ya recorrí una primera vez; pero ahora lo hago, al menos en cierta medida –una medida suficiente– con conocimiento de causa, lo que me permite –debería permitirme– evitar el desgaste de tantos palos de ciego, tantas innecesarias tiradas al barro, tantos infiernos, charcos y pantanos… (Donde, dicho sea de paso, los errores no consistieron tanto en atravesarlos –lo que, sospecho, en muchos casos habré de volver a hacer–, cuanto en profundizar en ellos más de lo necesario… y perder voluntariamente el autocontrol.)

Ahora tengo la posibilidad de hacerlo bien. Lo que a su vez implica: tengo también la responsabilidad. Ya no valen excusas.

Es desde aquí –desde el comienzo de la segunda vuelta– desde donde escribo estas meditaciones.

Con la certeza de que volveré a cometer errores. Con la esperanza de hacerlo mejor que en la primera. Con el propósito de prepararme a fondo para la tercera.

 

Quiero advertir expresamente, sin embargo, que no escribo desde la posición de un sabio. Si obrar mal es, según afirmaba Sócrates, fruto exclusivo de la ignorancia, sin duda soy un ignorante… Si, como sospecho yo, se puede también obrar mal a sabiendas, además de la ignorancia me adornan otras cualidades: soy miedoso, extremadamente torpe… y es muy posible que incluso sea un hombre malo.

De hecho, el promedio de mis errores ante cualquier acción que emprendo es considerablemente superior al de la mayoría de mis semejantes. Pero esto –en mi humilde opinión–, en lugar de restar interés a estas meditaciones, lo añade: cuando uno fracasa sistemáticamente donde tantos otros aciertan a la primera –o a la segunda–, se ve obligado a analizar detenidamente sus circunstancias y extraer conclusiones que lo ayuden a tornarse más eficaz…

 

En otro orden de cosas: hará unos doce años que abandoné el campo de la filosofía teórica, tras otra decena dedicándome a ella…

 

Es mi interés condensar aquí una serie de reflexiones que me he ido haciendo a lo largo de esta docena de años… Si bien son reflexiones teóricas, están claramente orientadas a la práctica vital (lo que los griegos llamaban praxis, vaya).

De hecho, dos criterios básicos pretendo aplicar para la redacción y condensación escrita de estas meditaciones:

  • El primero es rehuir las disquisiciones puramente teóricas, más propias de ámbitos académicos especializados.
  • El segundo es admitir sólo aquellas meditaciones que puedan ser de interés humano general; es decir, que puedan servir a otros seres humanos, de una u otra manera –aunque sólo sea para contrastar con nitidez su personal punto de vista al respecto, por diferentes o incluso opuestas que sean sus conclusiones–. Este segundo criterio implica, entre otras cosas: evitar así el narcisismo como el onanismo –extremos de la subjetividad que se tocan–, excluyendo del presente escrito aquellas historias y circunstancias personales que sólo me importan a mí y a las personas implicadas en tales –con lo que, de paso, protejo mi intimidad y la de terceros–. Ello no excluye, sin embargo, que en algún momento pueda tomarme alguna licencia, expresando alguna característica mía personal –que, por otra parte, sirva para salpimentar la aridez de las exposiciones (y también, siendo sincero: para dejar mi ego más ancho que un ocho, qué caramba).

 

Por último, soy consciente de que emprender esta andadura escrita entraña para mí un riesgo muy claro –dentro del riesgo general de caer en una mayor o menor impostura que supone toda fijación por escrito de temas vitales–: en el momento en que termine pueden convertirse en armas arrojadizas que, a la manera de boomerangs, recaigan sobre mí acusando mi inconsecuencia, mi debilidad, mi torpeza, mi –posiblemente lo que más tema en este mundo–… falta de dignidad.

Es un riesgo asumido, –y en esta asunción se revela el otro gran motivo que me impulsa a desarrollar este escrito: comprometerme abiertamente con el trabajo que he venido a hacer a este mundo.

 

 

 

 

 

 

Ignacio Iglesias, 15 de agosto de 2007


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